Insaciables, antojados y calientes
- María Lucía Medina
- 2 oct 2019
- 2 Min. de lectura
En un ataque de sinceridad le confesé mis intenciones, tomamos unos tragos
y dejé que me llevara a su casa, obviamente terminamos sin ropa.
Esa fue la primera vez que estuvimos tan solos, tan íntimos, tan excitados. A quién más podría pedir poesía si no es a su cuerpo. Él, que me da el léxico suficiente durante el amor y yo el erotismo que tanto lo calienta.
Ese fue el plan que teníamos y que el estigma no hacía posible. La ansiedad superaba la timidez, a mí me temblaban las manos y a él la voz. Pasado un rato cuando la respiración ya se hacía calma y el sudor desaparecía, me quedé recostada en la cama como esperando algo y sin ser la gran sorpresa no salió ni una palabra, solo nos miramos de reojo, sonreímos y nos venció el sueño.
Creo que ninguno durmió bien, al final de cuentas estás desnudo en una cama ajena, estás más en el otro cuerpo que en ti mismo y pensando en todo eso que te gustó, te pones en pausa y como si fuera planeado mientras salía el sol volvió la pasión entre nosotros.
Insaciables, antojados y calientes, justo como debe ser. Para entonces el sexo se convirtió en una secuencia predecible e intrigante de eso que tanto disfrutamos del otro; me explico, no importa cuantas veces recorra mi cuerpo con su boca, siempre parece distinto, no importa cuantas veces nos encontremos en la cama, siempre será diferente, no importa que tanto nos vayamos conociendo, nunca será suficiente y al final de cuentas yo seré ese poema que él no sabe escribir, las palabras correctas y su mejor noche... Para hacerlo equitativo, a mi también me encantó.
Comments