Otro sueño a la biblioteca
- María Lucía Medina
- 2 ago 2020
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 3 ago 2020
Al fin estaba sola. Salí de la ducha con una toalla en el cuerpo y otra en la cabeza. Me senté en la cama, respiré, abrí la ventana para sentir el aire, para que el sol tocara mi piel. Tomé un libro fingiendo que era el momento perfecto para honrar mi interés literario y cuánto hubiera querido tener un vino en aquel momento.
Mis últimas rutinas consisten en leer, sea o no el interés que me gobierne en el momento de seleccionar cada ejemplar. Me estoy embelesado con las múltiples historias y vidas alternativas que me dan las novelas. Me he vuelto hombre, niña, detective, asesina y puta; me entremeto en cada párrafo con una intensidad que me obliga a desprenderme de la realidad parca en la que estoy.
Nuevamente, cuando llego al punto más sustancial del capítulo, retumba en mi cabeza mi voz aclarada, suavizada y lenta que me invita no solo a ponerme en pie frente al espejo, sino a recitar en voz alta la lectura que llevo.
Ahí me tienen, prácticamente en bola, con la piel erizada por el viento frío que entra por la ventana, con la cara lavada, un libro en la mano izquierda y con la derecha haciendo énfasis mientras le hablo a mi reflejo en un ritmo suave, como si le contara la historia a un bebé que poco baúl de léxico tiene.
Cuando termino de proclamar lo que sería mi parte favorita del capítulo, pongo el separador, cierro el libro y me tumbo en la cama. Cierro los ojos y siento la historia.
A falta de vino me emborracho de ideas, la dura y ambigua realidad del deseo de beber en los momentos épicos de soledad; pasan personas por mi cabeza y recreo la novela, me siento culpable como el antagonista y llena de miedos e inseguridades como el protagonista y aún después de eso abro los ojos y solo vuelvo a la realidad que aunque es parca es plausible.
Me visto con algo holgado, reviso los mensajes en mí teléfono, lo dejo a un lado y me pinto las uñas. Mi cabello sigue escurriendo agua dejando toda mi espalda mojada y algo de la cama. Cierro la ventana por el frío que me invade, tomo una cobija para cubrirme las piernas y miro la puerta con un absoluto desinterés. ¿Es esto un duelo por la lectura que llevo? ¿Abstinencia o soledad?
Me quedo dormida y al abrir los ojos solo me doy cuenta del sueño teatral que he tenido, volteo a ver a mi marido, lo despierto con un par de besos y aquí no pasó nada más que mi latente necesidad de vivir otra vidas.

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